
Oscuridad, una cálida cama, cansancio y varios más son los elementos que producen a la musa inspiradora de este nuevo texto. Hace días que tengo ganas de regalarle unas letras a ellos, que se encargan de mantenernos un poco vivos, de asustarnos, de advertirnos, de recordar a viejos personajes de nuestra historia e incluso de sacarnos una sonrisa.
Todos soñamos y nadie lo puede evitar. El problema es que la mayoría de las veces soñamos dormidos y corremos el riesgo de no recordar lo que nos pasaba en ese cortometraje imaginario. Parece un riesgo tonto y sin importancia, pero no nos damos cuenta que no recordar un sueño puede significar grandes pérdidas o ahorrar alguna desilución...
Con ese sueño que no memoramos podemos dejar ir la chance de conquistar a la muchacha que en la realidad se caracteriza por mirarnos con indiferencia o podemos perder la viva imagen de ese ser querido que pasó a un mundo mejor hace un tiempo. También, durante el descanso podemos cruzarnos con un anti-sueño, las llamadas pesadillas, donde mejor no recordar esa larga caída por un interminable túnel negro, el encuentro con los personajes del último film de terror visto o las desgracias menos deseadas sufridas en persona.
Después de todas estas cosas me convenzo, una vez más, de que los sueños verdaderamente importantes son los que padecemos cuando estamos bien despiertos. Lo que realmente vale es soñar mientras caminamos por las calles, viéndose en una esquina tomando un helado con la chica de los sueños, saltar el pozo negro que no tapa la Municipalidad y pensar en que mañana vendrán gobernantes que "hagan algo". Mirarse en el espejo y encontrarse a uno mismo pero con objetivos, que pretendemos alcanzar, ya cumplidos... Título en mano, familia formada, un país mejor...
Será mejor que me vaya a dormir, no sea cosa de que por tanto soñar despierto me aleje de la realidad y no pueda volver.
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