20.2.11

Castillo de naipes


Tuvieron que pasar años para empezar un nuevo castillo de naipes, desde años lejanos en la casa de alguna abuela que no me proponía crear un edificio sólido y frágil a vez, con paredes de papel, pintado con colores básicos y homenajeando a grandes caballeros, príncipes y reyes de la baraja española.

Fue una noche de verano en la que despejé el escritorio, abrí delicadamente la caja que contenía las cincuenta piezas y empecé a construirlo. El primer piso delicado e imponente se encargó de consumir los ases y un par de números dos, valga la redundancia.

Los pisos siguientes, con criterio profesional y buen gusto fueron construidos con tres, cuatros y cincos, el color de las paredes aumentaba tanto como su valor y las ilusiones de verlo terminado, perfecto y merecedor de envidia crecían con cada carta que encontraba su posición exacta.

Medio metro de naipes bien colocados ya se elevaban sobre el escritorio, por fuera un tono azul dejaba ver la sobriedad del asunto y, por dentro, un mar de tonos verdes, azules, rojos y amarillos se encargaban de darle vida a esto que ya ocupaba más tiempo del esperado.

Así pasaron las horas, conteniendo la respiración para no derrumbar lo que tanto había costado levantar y expandiendo todos los cuidados posibles para que nada corte la magia. Pero claro, era domingo y con cielo gris, nada en un día de esos puede terminar bien...

La estaba esperando a ella, para mostrarle la justeza con la que fue colocada cada pieza, el incremento de los colores y formas en su interior a medida de que subían los pisos y, por sobre todo, para recibir el premio por tan delicada labor. 

Llegó, con su sonrisa radiante como el sol que se ausentaba y su calidez digna de la tarde de verano que se consumía pero, no sola, detrás de tan perfecta imagen entró, sin pedir permiso, una leve brisa que con sus intenciones de brindarnos un alivio empujó un naipe, luego dos, hasta ser cincuenta y dejar sobre el escritorio las ruinas de un imponente castillo de papel.

6.2.11

Noche de estrellas


La reposera fría en contacto con mi espalda desnuda, un vaso de fernet en la izquierda, una vieja birome Bic en la derecha y sobre las piernas un maltratado cuaderno rayado al que ya le quedan pocas hojas por consumir. En ese contexto me encontraba disfrutando de las estrellas , asignándole un nombre a las que no consideraba pertenecientes a ninguna constelación y dándole la identidad de alguna persona que en este mundo, o en otro, se encuentra lejos de mi yo físico.

Las inconfundibles Tres Marías me guiñan un ojo en la oscuridad de la noche, me dan el ok para continuar encendiéndolas y apagándolas a mi antojo. Venus siempre firme al costado de la Luna, desde temprano y hasta muy tarde muestra sus volcanes ardientes, reclamando atención, demostrando que está latente y quizás con más actividad que yo mismo en este momento.

Un sorbo del frío aperitivo deja marcado, con su espuma, un bigote que en otra ocasión hubiese limpiado rápidamente, pero hoy no. No hace falta limpiar esa marca del disfrute, ni taparse la cara cuando caiga una lágrima, nadie mira, estoy solo uniendo puntos brillantes y formando lo inimaginable.

Quizás me sorprenda el día en la misma posición, Venus se habrá despedido junto a la Luna y las Tres Marías, luego de coquetear ante mi mirada desinteresada buscarán a alguien del otro lado del planeta que las admire como yo. Seguiré formando osos polares y dragones pero esta vez con unas esponjosas nubes blancas que anticipan un día soleado en el que no habrá mejor elección que la de recargar el vaso de fernet y esperar que el asador anuncie la finalización de una nueva obra maestra.

Con eso soñaba cuando mi derecha dejó caer la Bic y al abrir los ojos vi una estrellita buchona que pasó fugazmente a avisarle a Zeus, dios de los cielos, que un loco con insomnio en algún lugar del planeta esperaba ver desvestirse a las Tres Marías...

5.2.11

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Por fin llegó la señal, el momento de volver a dejar que las yemas de los dedos caigan sobre las letras que deseen y formen palabras que se unirán en oraciones, dándole forma a este relato. La señal fue Soledad, la soledad de la noche donde ni vos, ni ella, ni él están alborotándome desde la distancia.

Las ganas están y las ideas escasean, o quizás no faltan ideas pero si falta que estalle algo adentro para que tenga la suficiente fuerza para plasmarse en letras y transmitirlo...

Una frase sobre lo lindo que fue... y borrar.

Contar lo que pasó entre esos dos que se creían enamorados... y borrar.

Que las injusticias sociales y las miserias que se ven en la calle... y borrar.

Palabras que emparchan un corazón roto... y borrar.

El recuerdo de ella no se borra pero lo que puedo escribir sobre ella tiene el destino asegurado... Lo borré!

Soledad me engañó, me mostró una variedad de ideas sin fuerza que no están listas para dar la cara y así, como un tonto, me retiro yo, avergonzado de mostrarles lo fácil que me engañó la soledad.