
La noche pintaba para tormenta. Un cielo rosado amenazaba con no dejarnos llegar secos al lugar pactado. Arreglos previos para configurar la salida y esperar.
El pitido del reloj se hizo notar en el silencio de la casa, la noche estaba naciendo y me solicitaba amablemente que salga a conocerla. Así fue, me vestí con algunas ropas pintorescas y emprendí el viaje. Ya estaba pactado el encuentro con amigos, la cita con alguna muchacha semi desconocida y gastar dinero con el fin de ayudar a los organizadores.
La luna sonrío desde las alturas y guiñando un ojo, nos dio la señal de que ella no se encargaría de empapar la escapada nocturna. Algún energizante previo para contrarrestar el cansancio de la rutina y a enfrentar la situación.
El lugar, como todos los de su estilo, era oscuro con lucecitas de colores que desarrollan la imaginación a un nivel extremo. Sobre una de las paredes se podían ver pintorescos cuadros con reconocidas personalidades mundiales y/o argentinas y sobre la otra desfilaba un arsenal de botellas de distintos colores.
No era el primero en llegar y por lo tanto tuve que emprender esa ardua tarea de saludar y poder comunicarme con los conocidos que ya están en la fiesta y poco les interesa tu humilde pregunta de "¿Cómo estás?".
Ahora sí, ya estaba en el baile y no había vuelta atrás. De esta forma y, en parte, cumpliendo con uno de mis objetivos de la noche fue que llegó ese pequeño vaso lleno de un líquido para nada espeso e incoloro. A la cuenta de tres ya no quedaba nada en el recipiente plástico y un fuego interno me invadía.
Algunas canciones no reconocidas por mi biblioteca musical pasaron por mis oídos y así fue que llegó la segunda oportunidad de enfrentarme a esa bebida que tiene la capacidad de prender fuego el interior de las personas.
La noche seguía avanzando y nuevos amigos piden sumarse al ritual. Como buen anfitrión accedo a acompañarlos y así llegué a un tercer enfrentamiento cuerpo a cuerpo con eso que escuché llamar Tequila.
Ya los reflejos no eran los mismos, comencé a desarrollar mi capacidad de enlazar palabras a una velocidad fenomenal donde es difícil entenderme y las luces complicaban mi estadía. La fiesta transcurría en paz, los amigos disfrutaban de sus conquistas a mi alrededor, alguna muchacha con bajones, por ver a un ex-novio sin tacto que disfrutaba de los labios coloreados de otra, y un nuevo round entre yo y ella. Sin aviso previo me abalancé sobre ella y así conseguía derrotarla por cuarta vez en una noche.
Ahí empezó el show, la capacidad de velocidad ya no solo estaba en las palabras sino en el ritmo del cuerpo. Esto, sumado a algunos hits que marcaron etapas previas de mi vida, se encargó de sacar el diablo afuera.
Esto ya es muy extenso y no creo que les importe mucho más como siguió la historia, pero no puedo irme sin aclarar que no hubo mayores excesos, excepto desborde de risas. La lucidez se mantenía a pesar de que nada estaba en su lugar y así llegué a estar con un lindo mambito dando vueltas en la cabeza que me trajo hasta el teclado y me pidió dejar un registro de la noche en que le rendí tributo a nuestros hermanos mexicanos. ¡Salud y larga vida al tequila!