Tuvieron que pasar más de tres décadas para que volvamos a festejar un carnaval. Por mi corta vida nunca disfruté de los festejos y siempre me quejé por mi mala suerte de que esos feriados pintados de rojo en el almanaque no sean efectivamente días de fiesta y descanso.
A poco más de 90 días del comienzo del año, entre tanta gente manifestando es lindo ver una calle cortada porque la gente está de fiesta, feliz. Los chiquitos con bombuchas y espumas, los más grandes tratando de pescar algo entre tanta femineidad y agite de cadera, y los que consideran que ya pasó su tiempo de fiesta miran, horrorizados y ajenos a la situación, a aquellos que se dejaron llevar por la algarabía.
Las botas y fusiles lo quitaron de nuestros años con la intención de que no vuelva más, como aquellas personas que todavía están siendo buscadas por Abuelas y Madres, pero volvió (no importa gracias a quien o por qué). Máscaras en estas tierras sobran y disfrazados estamos todos los días pero en carnaval el pueblo, los pueblos, se encargarán de sacar el diablo afuera, de al menos por dos días olvidarse del sueldo que no alcanza para pagar los impuestos, del jefe que prometió algo que todavía estás esperando, del gobierno que no hace una a favor…
Ridículo y sin coordinar los movimientos murgueros allá vamos al carnaval toda la vida en busca de una noche junto a vos.
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